En los más de 20 años que lleva de profesión, Clemente Benard ha aprendido que, en fotoperiodismo, lo que cuenta son las historias. Las que él elige nunca son trilladas ni corrientes ni triviales. Y tienen, siempre, mucho de su mirada personal, la misma que lo ha llevado a documentar la vida de las mujeres saharauis, la muerte de familiares de presos turcos, o el sueño roto de Malika. Es de los que creen que hay que hablar de las historias que les pasan a las personas y de los que apuestan por formas menos corporativistas de contar la realidad.
(....)
En los más de 20 años que llevas de profesión, has trabajado en España, Palestina, Cuba o México, entre muchos otros sitios, y has contado historias como “El sueño de Malika”, “Jornaleros”, “Basque Chronicles” o “Donde habita el recuerdo”. ¿Cómo eliges esos temas? ¿Piensas en la salida que tendrá ese trabajo?
Las motivaciones no son nunca puramente comerciales. De hecho, después de unos años, si de algo me tuviese que quejar sería de mi poca habilidad para elegir temas que funcionen comercialmente. Me ha pasado siempre. El primer tema que abordé de forma más o menos personal fue sobre los jornaleros andaluces, y jamás nadie mostró interés en él.
(.....)
Si el fotoperiodismo ya no está en revistas, periódicos o suplementos, ¿estamos en un punto sin salida?
De alguna manera, sí, porque trabajamos en temas a los que después no les podemos dar salida, comercialmente hablando.
¿Se puede hacer algo para revertir esta tendencia de los medios, o hay que buscar nuevos formatos en los que publicar?
No, yo creo que esa lucha con los medios tradicionales está perdida, hay que buscar ese espacio en los nuevos formatos. También sucede que la distancia entre nosotros y las imágenes se ha borrado, ya no existe. Ahora, con las nuevas tecnologías, las fotografías ya forman parte de nosotros, las hacemos con cualquier instrumento, viven y forman parte de nosotros. Estamos completamente empapados de imágenes. También se ha borrado la línea que separaba al fotógrafo del receptor, ahora todo el mundo hace fotografías y las lee, se ha convertido en algo masivo y afecta a la hora de mirar el mundo. La labor de los que antes eran los profesionales y los que elaboraban los discursos sobre las cosas ha perdido cierto sentido actualmente, el discurso sobre la realidad lo elaboramos todos. Ya no hay fotógrafos que, por ejemplo, se pongan a hacer un trabajo sobre los inmigrantes colombianos en Barcelona, ese trabajo lo están haciendo ellos con sus cámaras, sus móviles, con aquellas fotos que van mandando a su país. También me ha dejado de interesar la autoría, lo que realmente me interesa no es la mirada del fotógrafo sino las historias que me cuenta. Es más pertinente el discurso fabricado desde dentro, que esa mirada externa que tendrá que replantearse las cosas, que arrastra muchas sinergias y arrogancia, de “yo soy el que miro”.
Hoy, son pocos los fotoperiodistas que pueden vivir exclusivamente de su trabajo…
Si estás en nómina en un medio o en una agencia, las cosas te pueden ir más o menos bien, pero si no es así… hasta la gente más exitosa tiene una segunda vía de ingresos, como dar clases o talleres. Creo que eso no afecta la calidad de tu trabajo fotográfico y, si no hay más remedio, habrá que hacerlo así. Los recursos infinitos que te ofrecen las grandes agencias solo están al alcance de unos pocos y uno no se puede obsesionar en llegar a ciertos lugares, simplemente porque no tiene esa capacidad logística y, sobre todo, económica. Tienes que adaptarte a tu situación, y entiendo que cuando estás empezando es frustrante, porque le tienes que dedicar mucho a tus historias, a elaborar un discurso, a desarrollarte como fotógrafo, y después te encuentras con que nadie te quiere publicar ese trabajo. Ahí es cuando la gente empieza a caer como moscas. Al final, acabas trabajando para un periódico, haciendo fotos de mierda durante toda la semana, y cuando llega el sábado prefieres dedicarle el tiempo a cualquier otra cosa.
¿Qué diferencia al profesional del aficionado?
Antes tenía una opinión equivocada o creía tener una idea un poco más fundada sobre lo que los diferenciaba. Ahora creo que ya no existe una separación: el profesional y el aficionado se han puesto a la misma altura, los dos con la misma capacidad para elaborar un discurso. Actualmente, el aficionado es una persona que tiene otro trabajo que le permite realizar sus reportajes con discursos más limpios y con mayor libertad que un profesional, sin depender tanto de la venta a las revistas. Quizá esa sea una salida; no necesariamente la financiación tiene que estar en las revistas ni en las agencias. Pero a la vez es como una huida: ¿qué sucede, que no puedo vivir de lo que a mí me interesa y de lo que yo quiero hacer?
(sigue en "más información")